Descubrimos cómo acceder al Variopintos
Reconocemos que llegamos un poco pizpiretas a la Carrera de San Jerónimo 5 cuando, de repente, no encontrábamos el local donde habíamos reservado para cenar. Y es que, ubicado en la primera planta de la Casa de Soria, a escasos metros de la Puerta del Sol, debes atravesar el portal para encontrarte el Restaurante Variopintos, a una abuela tirando la basura o a un yonki escondido chutándose heroína.
Es más fácil encontrar el puto callejón Diagon de Harry Potter que la entrada del Variopintos.
Con las tripas sonando como la batería de Dave Lombardo en un sudoroso festival de hardcore, la lentitud de la cocina no invitaba a que esta reseña fuera a ser especialmente buena. Pero apareció el servicio que, con su amabilidad, se convirtió en parte importante de nuestra velada. El camarero se convirtió en nuestro bro. Y es que, con su simpatía, se unió a la ópera bufa que teníamos montada en la mesa.
Después de esperar un buen rato, nos sirvieron un primer plato de ensalada que no calmaría la ira de nuestro estómago en absoluto. Así que le pedimos a nuestro camarero que nos trajera algo que nos hiciera sentir como auténticos animales. Con una absoluta complicidad nos trajo unos torreznos que nos ayudarían a saciar nuestro apetito y a rebajar, también, el volumen de alcohol en sangre. Dejo el plato de torreznos sobre nuestra mesa y exclamó “¡Esto sí que os gusta, eh!”.
Les pedimos hacernos sentir unos putos gordos, y lo hicieron: nos hicieron bullying.
A cada entrante nuevo le seguía comentarios cada vez más ofensivos, a la par que divertidos sobre nuestra gordura. Lo cuál se hacía más gracioso aún al ver que el señor que nos atendía no era precisamente una sílfide. Posteriormente, nos sirvieron el tradicional plato de carrillera en salsa de chocolate, sin sabor a chocolate. Tradicional porque es el mismo bote de carrillera preparada que usan los restaurantes toda la vida.
Lo que parece un plato rebosante de carrillera es más ‘chik’ si te fijas en que lo rojo sigue siendo el plato.
Para cerrar la noche, dejamos el plato del postre limpio, del cual nuestro entrañable amigo se mofó porque habíamos dejado, únicamente, la hoja verde que decoraba la parte superior de la tarta de queso. “Lo verde no os lo coméis”, nos replicó. Todo esto hizo que nos arrepintiéramos de habernos marchado del restaurante sin despedirnos de él con un apasionado choque de panzas.
Precio aproximado: 20€